Tan solo cinco días más, solo cinco días para despedir los seis mejores y peores años de mi vida. Como toda cosa en esta vida (y seguramente en cualquiera) hay algo bueno y algo malo.
Por un lado está lo malo. He de decir que siempre he buscado lo malo del instituto. Profesores con los que no estás de acuerdo, ya sea en la forma de dar las clases, hacer los exámenes o en cómo los corrige. Compañeros que te irritan. Montones de trabajos y deberes por hacer y exámenes por estudiar. Y no solo eso, también madrugar. Con lo que a mí me cuesta. Con la mala leche que eso me produce. Porque todo hay que decirlo: a nadie le provoca felicidad estar en un sitio por 7h o incluso más, por todos aquellos “me quedo a comer en el insti, que tengo examen por la tarde", sobretodo con los de Historia con Zayas.
Pero por otro lado está lo bueno. Profesores que pretenden ayudarte en todo lo posible, que te animan, y más a estas alturas del curso, a no rendirte y ”empujar un poco más, que ya no queda nada". Conocer y tener el gusto de estar con gente que ha permanecido hasta el día de hoy a mi lado, esos compañeros que son más que eso, que son amigos, que te han visto caer y levantarte tanto metafórica como literalmente, que te han visto reír y llorar, hacer y decir las mayores tonterías habidas y por haber. Y lo más importante, me han soportado aún con la actitud más pesimista y con la cara más amargada y de enfado posible (o sea, la de todos los días).
Y sin olvidar, ni mucho menos, el apoyo que he tenido de mi familia. Por “obligarme” a estudiar, por encender una vela con cada examen que tuviera, por decirme que durmiera aunque fuera unas horitas y por dejarme mi espacio cuando me agobiaba.
“Gracias" para los seis años que he podido experimentar en un lugar como en el Cavanilles, se me queda corto. Pero supongo que es la única palabra inventada para agradecer tanto lo bueno y lo malo que he vivido.
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