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Lo que queda de mí, de lo que un día fui

Hay momentos en la vida que no sabes qué decir o cómo actuar, si seguir o parar, si reír o llorar, si decir o callar... Y yo, yo he decidido parar y callar, y reír y llorar cuando convenga, cuando vea que no puedo o no aguanto más o cuando esté rebosante de felicidad. Porque dejé de recibir lo que doy hace mucho tiempo, y eso me acabó anulando como ser social que soy, oprimiendo muchos de los sentimientos que tenía y, que hoy en día, pienso que puedo tener aunque quiera.
¿Lo peor de todo? Que nadie sabe cómo me siento en realidad ante tal situación y nadie se preocupa en saberlo. Y es ahí donde me pregunto si de verdad le importaré a alguien, porque poca es la confianza cuando no puedes contar ni lo que te ocurre. Siento pena al decir que ni conmigo misma me siento a gusto como para poder estar a gusto con alguien que no sepa comprenderme y darme su confianza como yo lo hago con todos. Porque siento que soy demasiado empática y siento lo que otros, y, cuando quiero sentir yo, confundo los sentimientos o mi estado de ánimo.
Es la peor sensación del mundo, sentir que ya no eres tú, que ya no sonríes como antes, que dejaste de hablar y razonar como lo hacías... Y todo, porque quiero a esa persona que me aguante con mis más y mis menos, en los ratos malos y en los buenos, y cuando la encuentro... Dejo que se marche porque pienso que aún no es el adecuado y todavía me queda por buscar. ¿Y qué pasa? Que acabo conociendo a gente de más tratándolos a todos por igual y me acabo agobiando, la acabo pagando conmigo misma, porque soy yo quien tiene la culpa de no saber cuándo parar, porque la única que sale perdiendo soy yo. Porque va quedando de mi, lo que un día fui. Voy tropezándome por el camino, como si de piedras estuviera hecho el suelo. Soy como una hoja, que no sabe a dónde le llevará el viento. Porque no tengo un camino elegido, porque me quedan cosas por hacer y no sé aún cuáles son.

Hasta aquí puedo contar cómo me siento, sin sentir nada a la vez.

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